Teresa Costantini dirige una película de 3 millones de dólares, sobre una historia real de 1862
En la localidad bonaerense de San Miguel del Monte, a 120 kilómetros del centro porteño, transcurren los últimos días del rodaje de Felicitas , dirigida por Teresa Costantini. La estancia El Rosario, con una inmensa casa colonial rodeada de añejas arboledas y la laguna como telón de fondo, es una de las locaciones centrales de esta producción de época, cuyo presupuesto ronda los 3 millones de dólares.
El lugar es un hervidero. Y no sólo por el calor agobiante, que pasado el mediodía, supera los 38 grados. En el set hay un ejército de técnicos, más de un centenar de extras, varios carruajes antiguos y un par de motorhomes , una flota de camiones en los que trasladaron antigüedades, vestuario, equipos de filmación e infinidad de elementos de utilería empleados en la impecable ambientación. Semejante despliegue demanda esta película de ficción, que rescata una historia real, ocurrida en la Buenos Aires de 1862: la tragedia que se desató cuando, a los 16 años, la bella Felicitas Guerrero (personificada por Sabrina Garciarena), hija mayor de una familia de la burguesía comercial, se casó -por imposición del padre, Carlos Guerrero (Alejandro Awada)- con el acaudalado estanciero Martín de Alzaga (Luis Brandoni), 40 años mayor que la joven. A Felicitas este forzado matrimonio le impidió unir su destino al del gran amor de su vida, Enrique Ocampo (Gonzalo Heredia), con quien sólo pudo tener encuentros esporádicos a lo largo de su existencia, sesgada prematuramente por un asesinato.
Basada en un guión de Graciela Maglie y Costantini, Felicitas -apunta la directora- "narra la trágica historia de amor de dos jóvenes desgarrados por el deseo y el deber, la pasión y la culpa en tiempos de guerras sangrientas, la plaga de la fiebre amarilla, y la carrera desbocada hacia el progreso social". En ese contexto tiene lugar uno de los momentos clave: el casamiento de la protagonista con Martín de Alzaga y la posterior fiesta de bodas en la estancia del sexagenario marido. En el espacioso y colorido parque ubicado al frente de la casa principal, todo está dispuesto para el rodaje de la lujosa celebración, que incluye escenas de baile con una orquesta ejecutando minué. La cámara, montada en una grúa, se desplazará por encima del grupo de actores y extras (entre estos últimos, hay varios familiares y amigos convocados por la directora en calidad de "invitados" al festejo) que intervienen en la toma. El calor aumenta debajo del sol y, sobre todo, de los elegantes trajes de época, tan cuidados y detalladamente recreados por la vestuarista Beatriz Di Benedetto, como el arte, a cargo de Cristina Nigro. A pocos metros de allí, retocan el maquillaje y los peinados de Antonella Costa, de Nicolás Mateo (en la ficción, componen, respectivamente, a Manuela y Cristian, primos y confidentes de Felicitas), de Ana Celentano (la madre) y de Garciarena, desde hace varias horas envuelta en el delicado traje de seda bordada blanco que abulta, por debajo del miriñaque, un enorme armazón.
"Hace muchos años que tenía ganas de concretar este proyecto -cuenta Costantini-. Con el equipo decimos que preparar el casamiento de Felicitas fue como preparar la boda de alguien muy cercano de la familia. Estamos enloquecidos con la cantidad de invitados, el armado de las mesas, la comida."
"Esta locación es la casa donde vivirá el matrimonio -agrega la directora-, y donde transcurre la fiesta que Alzaga preparó para Felicitas y su familia, con todo lo que pone para deslumbrarla. Es una fiesta de casamiento con una apariencia divertida y alegre, pero que tiene a una novia triste y en crisis." Una joven mujer que, como señala Sabrina Garciarena, "para su época, fue bastante rebelde", y que "pese a los mandatos e impedimentos familiares y sociales, iba para adelante, quería afrontar y hacerse cargo de su vida".
Fuente: La Nacion